Muchas veces compito porque necesito un objetivo.
Necesito la motivación para levantarme del sofá y meterme en el agua. La idea de competir ha sido siempre un gran estímulo y una buena razón para ser constante entrenando, casi como una medicina que me hace dar el máximo cuando llega el momento. Sin embargo, no es raro que el día de la carrera piense: “¿pero qué estoy haciendo aquí?”
Sé que en cualquier nivel de competición, a todo el mundo le pasan por la cabeza mil ideas mientras entrena o compite. Con frecuencia nos asaltan dudas sobre nuestros progresos, nos convencemos de que nos falta técnica, de que fallamos en tal estilo, o de que no estamos en la mejor forma. En ese caso, el discurso interior que guía nuestras acciones, nuestro mantra personal, es un lastre que consume energía sin aportar nada.
En mi opinión, el punto fuerte de cualquier deportista es la capacidad para superar esas dudas. Según el psicólogo del deporte Piero Trabucchi “la motivación es una disciplina en sí misma, un ejercicio imprescindible. Hay que tener recursos. Estar motivados no es simplemente querer algo. O al menos, no es solo eso. También es la habilidad de gestionar el sufrimiento, de soportarlo”.
Por eso, cuando se pregunta a los campeones cuál es su secreto, la respuesta suele estar directa o indirectamente relacionada con el sacrificio. Entrenar a diario, levantarse temprano, aguantar el esfuerzo físico.
No hay una receta única, pero si queremos sentirnos más fuertes en el agua nuestro mantra debe ser constructivo. Las palabras que nos repetimos tienen que recordarnos que somos capaces, que contamos con los recursos para mejorar y que pase lo que pase vamos a seguir adelante. De esa manera, cuando la incertidumbre viene a rondarnos la cabeza, sabemos librarnos de ella a base de voluntad y disciplina.