Los psicólogos distinguen entre lo que llaman motivación intrínseca y extrínseca. La primera consiste básicamente en nadar porque nos gusta, y la segunda en nadar porque lo que nos gusta es ganar. Aparte de esta diferencia cualitativa, también hay una cuantitativa. Es decir, hay deportistas que carecen de motivación y otros que la tienen en abundancia. Pues bien, según demuestran los estudios, el éxito en el deporte depende de tener una gran motivación, como es lógico, pero también de que sea intrínseca.
La teoría de la autodeterminación (Deci y Ryan, 2000) explica muy bien por qué. El deporte nos gusta, y por lo tanto nos motiva, porque si se practica como es debido cubre tres necesidades básicas:
En el caso de la nuestro deporte, la autonomía se adquiere aprendiendo a nadar y a desenvolverse por uno mismo en el agua. Pero además, cuando se trata de los más jóvenes, la organización que requiere preparar la bolsa, entrenar y regresar a casa es una lección útil para volverse más independientes.
El tiempo que pasamos en la piscina también mejora nuestra competencia porque aprendemos habilidades nuevas. Y por supuesto, como solemos estar en buena compañía, satisface nuestra necesidad de socializar.
La teoría de la autodeterminación es una respuesta convincente a la pregunta de por qué nos gusta nadar. Siempre que el deporte satisfaga estas necesidades, habrá nuevos aficionados dispuestos a tirarse a la piscina.
Después, a medida que ganamos autonomía, competencia, y amigos, la motivación crece de manera proporcional. Hasta que, para algunos privilegiados, alcanza el nivel en que permite dedicarse a la competición.
Sin ninguna duda, la motivación explica por qué vamos a la piscina (o por qué no vamos). Por eso, si queremos ser constantes, lo mismo en este deporte que en cualquier otro, lo primero es elegir un lugar para hacer ejercicio donde sepamos que vamos a progresar y a pasar un rato agradable. ¡Es la manera de no faltar nunca al entrenamiento!